Capítulo 1: El hallazgo


-¡Vamos, recojan esas redes! ¡Ya quiero irme a descansar!
Todavía no clareaba el sol, y las redes del Sirene estaban repletas de arenques.
En plena época estival, se acercaban a las costas inglesas para recoger estos peces que hacían su camino desde las frías aguas del Mar del Norte, hacia las más cálidas del Atlántico. Eso era lo que los barcos como el Sirene aprovechaban para llenar sus redes, y después de ser salados, se los vendían a los mismos británicos.
-¡Ha sido una buena noche! -exclamó uno de los hombres, jubiloso.
-¡Tienes razón, Jenkin, a este paso regresaremos pronto a casa!
-¡Ya extraño a mi familia, capitán!
-¡Aún falta un viaje chicos! ¡Iremos por algunas ballenas a las costas escandinavas!... ¡Vacíen esas redes ya!
Cuatro enormes redes fueron volcadas al mismo tiempo sobre la cubierta del barco. Los encargados de faenar el pescado se apresuraron a recogerlos en grandes cubos para limpiarlos, y posteriormente depositarlos en los barriles de salazón.
-¡Capitán, parece que pescamos una especie exótica! -gritó uno de pronto-. ¡Es muy grande, venga a ver!
Los primeros rayos del sol hacían su aparición tímidamente por el este.
El capitán Janssen se aproximó a la red en cuestión. Lo único que logró ver fue una gran aleta de pez que sobresalía entre los arenques.
-Nunca vi un salmón gigante -dijo otro.
-No parece salmón -repuso el capitán-. Quitemos todo esto de encima.
Seis pares de manos, comenzaron a quitar los arenques que cubrían al pez gigante. Poco a poco fue apareciendo una aleta dorsal más pequeña en su cola. Sus escamas eran más grandes que las de un pez común, y su color irisado asemejaba a los tonos del arcoíris.
Cada vez más intrigados, se dieron prisa en continuar despejando la red de arenques, y a medida que el pez iba quedando al descubierto, el asombro de los hombres aumentaba más. Cuando el tronco quedó despejado, los hombres huyeron despavoridos. No era un pez.
-Kut! -exclamó el capitán Janssen sin dar crédito a sus ojos-. ¿Qué tenemos aquí?
Casi a la mitad, desaparecían las escamas para dar paso a una piel de aspecto cremoso, muy blanco, sin imperfecciones. Dos brazos largos que terminaban en manos de dedos finos como los de cualquier mujer. Para finalizar la visión de tan extraño cuadro, no se podía ver la parte delantera, ni el rostro de la mujer porque estaba volteada hacia el piso, pero su cabeza estaba cubierta con una mata de cabello negro, muy largo.
-¿Está muerta? -preguntó uno.
-Creo que sí -repuso otro.
De pronto, lo que fuera que tenían ante ellos, se movió.
-¡Mátenla! ¡Devuélvanla al mar! -gritó otro, alejándose del pez.
La criatura se movió nuevamente.
-¡Hagan lo que digo, o será nuestra perdición!
-¡Basta, Manfred!
-¡Ella será nuestra perdición! ¡Y todo por culpa del mascarón de proa!
-¿Es verdad lo que dice Manfred, capitán? -preguntó Jenkin, preocupado.
-No hagan caso. Seguramente ha estado bebiéndose la cerveza. ¡Vamos! ¡Ayúdenme a voltearla!
Por el frente también era como una mujer cualquiera. Los hombres silbaron al verla, y el capitán se apresuró a cubrirla con su chaleco.
-¡Déjenla! -gritaba Manfred cada vez más alterado.
-¡Manfred, ve a hacer otra cosa! Ustedes dos, vamos a llevar a la chica abajo. Pero antes que alguien traiga una manta.
-¿Por qué le dice chica, capitán si no sabemos lo que es? -objetó Jenkin.
-Parece una mujer, al menos lo que yo veo, ¿o no?
-¡Es una sirena! ¡Es una sirena! ¡¿Que no lo ven?! -gritaba Manfred, que no había seguido las órdenes del capitán.
-Es algo raro, pero no sé. ¿No se supone que las sirenas son como pájaros? Al menos eso es lo que decía mi abuela -repuso Jenkin.
-¡También pueden convertirse en pez! -gritó otra vez Manfred desde su puesto de observación-. ¡¿Es que no has visto el mascarón de proa del barco, idiota?!
-¡Aquí está la manta, capitán! -Un chico venía corriendo por la cubierta con una manta marrón bajo el brazo.
- Gracias, Olaf. Ahora, basta de charla y bajemos a la chica.
El capitán Janssen envolvió delicadamente a la criatura. Ella continuaba con los ojos cerrados.
-¿Dónde la pondremos? ¿En una caja de hielo? -preguntó el otro hombre.
-¡No seas absurdo, Gerrit! La llevaremos a mi camarote. Después veremos qué hacer.
Entre los tres levantaron a la criatura para llevarla al camarote del capitán, bajo el balcón de proa.
De buena gana, Jenkin la hubiera dejado en la bodega, pues no le inspiraba confianza ese extraño ser, pero el capitán parecía fascinado con su rareza.
Cuando llegaron al camarote, la depositaron con suavidad en la estrecha cama. Luego de que el capitán comprobara que continuaba respirando normalmente, los tres abandonaron la pequeña habitación para continuar con sus labores.

***

-Estamos atrasados para el desayuno. Creo que, por hoy, iremos a comer primero y luego nos encargaremos de las redes. ¿Qué opinan, muchachos?
Todos aplaudieron. Habían perdido demasiado tiempo con la extraña criatura, y varios se quejaron de dolor de tripas por culpa del hambre.
El comedor del barco era pequeño, así que debían tomar el desayuno por turnos. Estaban en el tercero, justo el que había decidido tomar el capitán, cuando una silueta se recortó en el dintel de la puerta. Frits, quien se encontraba junto a Janssen le dio un codazo a este, y le hizo un gesto indicando hacia la puerta. El capitán, se dio la vuelta en su asiento. La criatura estaba apoyada el marco, todavía envuelta en la manta, observando a todos con ojos curiosos.
Gerlof Janssen se puso de pie rápidamente y la condujo hasta su silla. Cuando ella se sentó, dejó entrever sus piernas entre los bordes de la manta.
-¿Cómo es qué...?
-Creo que Manfred tiene razón, capitán.
-No lo creo -repuso Janssen, sin dejar de mirar a la muchacha. A estas alturas ya no le quedaba ninguna duda de que era una mujer.
Frits hizo un gesto al resto de los hombres, y todos se pusieron de pie para abandonar el comedor. El capitán apenas lo percibió, puesto que no podía apartar la vista de la joven.
-¿Cómo te sientes? -preguntó Gerlof-. ¿Puedes hablar?
La chica lo miró con sus grandes ojos de color azul profundo como el fondo abisal del océano. Movió la cabeza afirmativamente, y después de un minuto emitió un sonido que podría ser un sí.
-¿Cómo te llamas?
-Li... Li... Liselot.
-¿De dónde eres, Liselot?
Ella sacó uno de sus brazos de la manta que la envolvía, y con la mano señaló el mar que se alcanzaba a ver por las pequeñas ventanas del comedor.
-Entonces es cierto -dijo él en voz alta, para sí mismo.
-¿Qué? -preguntó ella.
-¿Quieres regresar al mar?
Liselot negó con la cabeza.
-¿Tienes hambre?
Otra negativa.
-¿Estás cansada? ¿Por qué no regresas a la cama?
Liselot lo miró un momento, luego se puso de pie y salió del comedor. El capitán Janssen se quedó un rato pensando en la enigmática muchacha, por llamarla así. No había hablado más de dos palabras, pero eso le había bastado. Su tono de voz bajo, sensual, hacía que se le erizaran todos los bellos del cuerpo. Además, ¡era tan hermosa! Sin embargo, no debía olvidar que tenía novia en Amsterdam...
De pronto, la canción más dulce que hubiera escuchado nunca llegó hasta sus oídos y los de toda la tripulación.
Como presa de un hechizo, Gerlof se puso de pie y se dirigió a su camarote. Los hombres de cubierta habían paralizado sus labores. La canción de Liselot resonaba dentro de sus cabezas, quitándoles por completo su voluntad. El único que parecía inmune era Manfred, y eso se debía a que siempre llevaba una gorra que le cubría por completo las orejas.
Al levantar la vista de lo que estaba haciendo, y ver a sus compañeros inmóviles, no supo qué pensar. Les habló y ninguno le hizo el menor caso. Intrigado se llevó una mano hacia la gorra para rascarse la cabeza, y al moverla, le llegaron con claridad las notas de la canción de Liselot. Sin embargo, su reacción fue rápida y se cubrió nuevamente.
-¡Es ella! ¡No la escuchen! ¡No la escuchen!

***

Gerlof estaba ante Liselot, y ella tenía los brazos extendidos hacia él.
El capitán no se resistió, fue a su encuentro y la abrazó. Liselot rodeó su cuello, y continuó cantando cerca de su oreja.
Sus ojos oscurecieron hasta convertirse en negros por completo. Su boca entreabierta mostró dos hileras de dientes finos y puntiagudos. Las uñas de sus manos crecieron, y una membrana apareció entre sus dedos.
Gerlof no se dio cuenta de estos cambios en Liselot, ni siquiera le llamó la atención que de pronto la piel de ella hubiera cambiado a un color azulado. Lo único que quería era estar muy cerca suyo escuchando la canción. De repente, el hechizo se interrumpió, cuando llegó con claridad la voz de Manfred desde afuera.
-¡Mátenla, o moriremos todos!
Después de un leve gruñido, Liselot volvió a cambiar, adoptando nuevamente la apariencia de criatura indefensa. Inclusive, parecieron brotar lágrimas de sus ojos.
-Quédate aquí por favor. Iré a ver qué sucede allá arriba.
Gerlof subió de dos en dos los escalones que lo separaban de la cubierta.
-¡¿Qué está pasando aquí?! -gritó a todo pulmón.
Los hombres que recién estaban reaccionando, lo miraron sorprendido.
-¡Están hechizados, y es su culpa por tener esa cosa en el barco! -repuso Manfred, desde su puesto de trabajo-. ¡Todos moriremos, y no hay un pastor en este barco para que bendiga nuestras almas!
-¡Manfred! ¡He tenido demasiada paciencia contigo! ¡Cuando lleguemos a Amsterdam, te quedarás en tierra! ¡Ya no te quiero más en mi barco! ¡Y en lo que queda de viaje no deseo volver a oír tu voz!
Dicho esto, el capitán dio la media vuelta y regresó junto a Liselot. El resto de los hombres continuaron trabajando como si nada extraño sucediera.
Por la noche Gerlof durmió afuera de la puerta del camarote para velar el sueño de Liselot. Temía que el loco de Manfred intentara algo contra ella.
Cuando Liselot percibió que el capitán estaba durmiendo, se deslizó fuera de la cama, y abrió la puerta con sigilo. Pasó junto a él sin hacer ruido, y se dirigió a la cubierta superior. Ya sabía dónde encontrar lo que buscaba.

***

La noche estaba cerrada a pesar de ser verano. Algo común en el hemisferio norte. El barco no se movía. Solo un par de hombres estaban en cubierta, el resto se encontraría en sus hamacas bajo cubierta.
Liselot caminó desnuda por entre las cuerdas, redes, y todo lo que había quedado sin ordenar sobre el suelo del navío.
Aunque no hubiera visto la luminosidad del cigarro encendido, ella habría sabido igual en qué lugar exacto se encontraba Manfred.
El hombre que ya tenía más cabellos blancos que dorados, había subido a la cubierta a fumar uno de esos puros traídos del trópico, que tanto le gustaban. Tenía la costumbre de mover el grueso cigarro entre sus labios mientras saboreaba el amargo tabaco.
De pronto sintió un ruido en su espalda.
-¿Quién anda ahí? ¿Jenkin?
Nadie le contestó. Al menos ningún ser humano, porque la canción en su oído llegó fuerte y clara. Intentó taparse los oídos con las manos, pero era demasiado tarde, la voz de Liselot se había metido en su cabeza y lo estaba torturando.
-Manfred -dijo ella, poniéndose enfrente de él-. No te resistas. Déjate llevar.
Él la miró petrificado, porque supo que la canción de ella no era para hechizarlo. Era el preludio de su muerte.
Lentamente, Liselot lo envolvió en su mortal abrazo. Con su alma ya fuera de este mundo, Manfred apenas percibió que su cuerpo era arrastrado a las profundidades del océano.
Cuando Gerlof despertó a la mañana siguiente, Liselot dormía plácidamente.

***

-Capitán, Manfred no está. Ya lo buscamos por todo el barco y no hay rastros de él.
-¿Están seguros? ¿No se ha quedado encerrado en la bodega como en otras ocasiones?
-No capitán.
-Solo espero que no haya caído al agua.
-La noche estuvo tranquila, capitán. Si hubiera gritado, de seguro lo habríamos escuchado.
-Vuelvan a registrar todo, Jenkin.
-Está bien capitán.

***

Gerlof regresó al camarote para ver cómo estaba Liselot. No sabía por qué no podía alejarse de ella. En su subconsciente alcanzaba a comprender que su comportamiento no era sensato, que una mujer no podía ejercer tanto poder, pero no tenía dominio sobre su voluntad. Sentía que Liselot lo llamaba, porque no deseaba que se apartara de su lado.
-¿Estás mejor? Te traje algo de comer.
-Gracias -repuso ella, mirándolo con sus grandes ojos almendrados-, pero yo solo como peces vivos.
-¡Oh, lo siento! -repuso él a su vez, como si fuera lo más natural del mundo que alguien comiera peces vivos-. Los que recogimos anoche ya no están vivos, pero procuraré pescar algunos vivos para ti.
-No te preocupes -dijo ella, estirando una mano hacia él. Invitándolo a acompañarla en el lecho-, yo puedo procurar mi comida sola.
-Está bien.
Gerlof olvidó enseguida el tema de los peces, pues en cuanto se aproximó a Liselot, ella comenzó a cantar solo para él.

***

El capitán sabía qué hacía mal, pero no pudo resistirse, la atracción que la sirena ejercía sobre él era demasiado poderosa. Solo quería adorar ese bello cuerpo. Perderse en esos grandes ojos. Sentir como esas largas piernas envolvían sus caderas.
Gerlof nunca antes había experimentado tal éxtasis.
La cadencia de Liselot que se movía como si estuviera entre aguas ondulantes, lo hacían desear morir de placer. Ni siquiera sintió cuando las garras de la sirena arañaron su espalda. Ni las mordidas que ella le dio con sus dientes afilados.
-Te amo, Liselot -se escuchó diciendo, sin poder evitarlo.
Él sabía que no la amaba, pero ella lo obligó a decirlo.
-Estaremos siempre juntos -respondió ella a su declaración de amor-. Ahora eres mío para siempre.
Cuando Gerlof despertó rato después, Liselot estaba sentada en el borde del lecho, peinando sus largos cabellos mientras cantaba. Afuera, los tripulantes del Sirene escuchaban embobados su dulce voz.

***

Lamento no tener ropa que ofrecerte, Liselot. Cuando regresemos a Amsterdam te compraré los vestidos más hermosos que encuentre.
-¿Me llevarás a tu casa?
-No. Te llevaré a casa de mi prometida. Ellos cuidarán de ti.
-¿Qué es «prometida»?
-Antje y yo nos casaremos en otoño.
-¡Oh! Pero dijiste que me amas.
-Te amo, y a ella también.
La sirena volvió a cantar, y Gerlof nuevamente no pudo resistirse. Cuando se apartó de ella, ya no pensaba más en Antje.

***

En la cubierta todo continuaba igual que en la mañana. Poco y nada habían avanzado los hombres con el pescado, ya que la canción de Liselot los mantenía distraídos, olvidando sus labores normales.
-Deberíamos ir a Inglaterra, capitán -dijo Jenkin-, pero el arenque aún no está listo.
-Creo que será mejor regresar a Amsterdam. ¿Apareció Manfred?
-No, capitán.
-Pobre diablo. Bueno, acaben de limpiar y poner el arenque en los barriles. No nos pagarán si no vamos a Inglaterra. Tendremos que hacer un último esfuerzo... Avisénme al terminar. Estaré con Liselot.
-¿Con esa cosa, capitán? Cuando ella canta no logramos pensar. Manfred tenía razón: está maldita. Deberíamos echarla del barco.
Los ojos siempre amables de Gerlof, brillaron de furia. Tomó a Jenkin del cuello, con sus dos manos, y se lo apretó hasta casi dejarlo sin respiración.
-¡Escucha, maldito, Liselot es mía y nadie le hará daño! ¡Si la tocas te mataré!
Jenkin lo miró con ojos horrorizados. Sin embargo, cuando la sirena comenzó a cantar. Gerlof se calmó lo suficiente como para liberarlo. Enseguida se alejó en pos de la voz.
Esa noche, cuando una vez más Gerlof yacía junto a Liselot, los hombres se reunían en cubierta para conspirar en contra en contra suyo.
-El capitán está hechizado -dijo Jenkin-. Manfred nos lo advirtió y no le hicimos caso.
-Es que no es una criatura de Dios -repuso Frits, y el resto estuvo de acuerdo.
-Debemos eliminarla. ¿Están de acuerdo?
-¡Sí! -respondieron todos al mismo tiempo.
-Vamos por ella ahora mismo.
Ya estaban cerca de la puerta del capitán, cuando Liselot salió del camarote, cantando desnuda igual que la noche anterior.
Los hombres se detuvieron, hechizados, y como si estuvieran en un estado de trance, fueron tras suyo cuando pasó junto a ellos. Al llegar a la borda, saltó al agua. Jenkin, Gerrit, Frits, y todo el resto de la tripulación saltó detrás de ella.
Esta vez tardó en regresar.
Mientras esto sucedía, una figura presenciaba todo, oculta en uno de los botes de estribor.
Comenzaba un nuevo día, cuando Gerlof observaba la cubierta, confundido porque sus hombres no estaban en sus puestos. De pronto lo llamó Liselot desde el agua, con unos peces en la mano.
-¿Has visto a los hombres? -le preguntó Gerlof, después que ella estuviera a bordo, ya seca.
Liselot lo abrazó, y luego susurró a su oído:
-Ellos no querían que estuviéramos juntos, mi amor.
El capitán pareció entender las palabras de Liselot y lo que ellas implicaban, pero no objetó los hechos. Simplemente se dedicó a izar el ancla, y planificar la ruta de regreso al puerto de Amsterdam. Allá lo esperaba Antje. A él y a Liselot.

***

-Háblame de ti -pidió él esa tarde, mientras estaba en el timón.
-¿Qué quieres saber?
-Todo. De dónde vienes. Si tienes familia. Todo.
-Vengo de muy lejos. Allá tenía familia y amigos, pero dejé todo atrás. Ellos no deseaban que yo saliera a conocer el mundo, ni que me apareara con un macho que no tuviera aletas ni cola.
-¿Eso hacemos nosotros, aparearnos?
-¿Ustedes no lo hacen?
-Nosotros hacemos el amor.
-¿Amor?
-Sí. ¿Tú me amas?
-Soy tuya -respondió Liselot. No podía decirle que lo amaba, porque los humanos eran vanidosos.
Liselot se había sentido atraída por Gerlof desde que lo viera una mañana, y por eso había estado siguiendo su barco por días. Si no hubiera quedado atrapada en esa red por accidente, quizás nunca se habría aproximado a él. Porque si él se enamoraba de ella, estaría maldito para siempre. Una sirena no podía escapar de su sino.

Comentarios

Entradas populares