Capítulo 2: Todos malditos


Los días que siguieron a continuación, fueron como una estadía en el Paraíso para Gerlof. Se pasaba el día correteando por el barco detrás de Liselot. En ocasiones ella se sumergía y volvía con estrellas de mar y caracolas que ponía a los pies de él como una ofrenda. Mientras tanto, el Sirene avanzaba lento por esas aguas tranquilas, ya que al parecer Poseidón se había confabulado con la sirena para que no los alcanzara alguna tormenta, o cualquier indicio de mal tiempo.
Las noches eran solo de pasión para los amantes. Liselot no volvió a sumergirse con la intención de hacer daño. Estaba tranquila, pues se sabía protegida por el capitán. Pero sabía que esa calma no iba a durar para siempre. Tarde o temprano Gerlof regresaría a tierra firme, y ella no permitiría que humana alguna se lo arrebatara. Mientras no se saciará de él, lo tendría junto a ella.
-¿Eres feliz? -le preguntó ella un día.
Él pareció pensarlo antes de responder, como si buscara la razón dentro de su cabeza. Y como todas las veces en las que Gerlof dudaba, Liselot comenzó a cantar.
-Nunca pensé que se podría ser tan feliz.
-Mientras estés conmigo lo serás.
-¿Qué me has dado, para hechizarme de este modo?
-Solo cantar, mi amor.
-Llegaremos mañana a Amsterdam, Liselot. Me esperarás en el barco. Te conseguiré ropa y volveré por ti. ¿De acuerdo?
-¿Tardarás mucho?
-Regresaré en cuanto pueda.
Liselot pareció entristecer. Gerlof pensó que era porque lo extrañaría, a él también le iba a costar estar sin ella, aunque fueran solo unas horas.
En realidad, ella se lamentaba de que su distracción favorita del último tiempo se alejaría de su dominio. Temía que, al estar en tierra firme, lejos de su voz, tendría tiempo para pensar con claridad y quizás no regresara a ella. Pero lo que más temor le infligía, era pensar que el capitán del Sirene se volvía más importante más importante día con día. ¿Podría estar sintiendo amor por ese humano?

***

Al día siguiente, y tal como Gerlof lo tenía previsto, el Sirene atracó en el puerto de Amsterdam.
Muchas personas, la mayoría mujeres, esperaban en el muelle a sus seres queridos, a quienes no veían después de tantos meses. Sin embargo, cuando vieron descender al capitán completamente solo, el pánico cundió. Comenzaros los llantos, gritos y murmuraciones.
Gerlof Janssen era el dueño del barco, así que no tenía que rendirle cuentas a nadie acerca de su navío. Pero existía una comisión encargada de la pesca y el comercio, y ellos sí necesitaban explicaciones.
-¿Por qué vienes solo, Janssen? ¿Qué sucedió con tus hombres? -lo interrogó Ludger Brouwer, el director de la comisión.
-Escorbuto. Todos murieron de escorbuto.
-¿Todos?
-Arrojé sus cuerpos al mar.
-Qué Dios los tenga en su Santo Reino -dijo Brouwer, persignándose-. Buscaremos al reverendo Dekker para que realice un servicio especial por las almas de los infelices. Tendrá que darles una compensación a las viudas, Janssen.
-Por supuesto, señor Brouwer. Sé cuáles son mis obligaciones.
-¡Gerlof! -lo llamaron de pronto.
-¡Antje!
Una joven de cabellera rubia se acercó y le echó los brazos al cuello. Enseguida lo besó en la boca. Gerlof no supo cómo reaccionar. Era costumbre de ella besarlo en público, y a él le gustaba esa espontaneidad de ella, la cual no aprobaba la madre. Sin embargo, esta vez sintió que, si aceptaba las caricias de Antje, estaría traicionando a Liselot.
-¡Calma, Antje, tú sabes que tu madre no aprueba estas demostraciones en público.
-¿Qué importa, si ella no nos está viendo?
-No va a faltar quien le cuente que te ha visto besándome.
-Estás extraño, Gerlof -se quejó ella haciendo un mohín.
-Son ideas tuyas.
-¿Vienes conmigo?
-Más tarde. Tengo unos asuntos que solucionar antes.
-¿A cenar entonces?
-Tal vez.
-¿Te olvidaste de mí durante estos meses?
-Estaba trabajando, Antje, no de vacaciones. En altamar no tenemos tiempo para pensar en el amor. Los arenques y las ballenas nos mantienen ocupados.
-Escuché que regresaste solo.
-Escuchaste bien, y entenderás si tengo la cabeza en otra parte.
Antje guardó silencio y se limitó a asentir con la cabeza. Por lo visto su prometido estaba de pésimo humor. Insistir era una pérdida de tiempo. Pero no importaba, dentro de tres meses sería completamente suyo, y lo que era mejor: para siempre. Él la llevaría a Den Burg después de la boda, donde serían inmensamente felices. Antje tenía planeado cómo sería su vida, inclusive cuantos hijos tendrían: dos, un niño y una niña. La joven estaba segura de que Dios bendeciría esa unión, y le concedería a ella todo lo que anhelaba: un hombre que la amara, hijos, y prosperidad económica.
Como hija de un fabricante de telas, estaba acostumbrada a ciertas comodidades. Cuando encontró a Gerlof Janssen, logró dos de las mejores cosas que podría ambicionar una jovencita: un hombre guapo con un barco propio. Su madre desde niña le había inculcado en la cabeza que ella no podría casarse con cualquier hombre. Tendría que asegurarse de que el elegido tuviera una buena posición, y que además fuera los suficientemente atractivo como para engendrar hijos fuertes y hermosos.
Gerlof, tenía una vivienda propia en la isla Den Burg. Él ya había estado casado, pero Dios quiso llevarse a su esposa a muy temprana edad, cuando ni siquiera cumplían un año de ser marido y mujer. Sus padres habían muerto cuando él era un poco más que un niño, quedando al cuidado de una tía, la que vivió con él y con Vivien por un tiempo. Después, la mujer que aún era joven, conoció un marino francés y se marchó dejando solos a los esposos.
Después de que Vivien muriera, Gerlof le dedicó su vida al mar, hasta que conoció a Antje, que lo encandiló con su hermosura tan parecida a Vivien.

***

Luego de asegurarse de que Antje desapareciera entre la multitud, Gerlof se dirigió al único lugar en el que podría encontrar unos vestidos para Liselot, el burdel del puerto.
Por veinte florines, Gerlot consiguió dos vestidos, y algunas prendas íntimas ya usadas, pero que las muchachas aseguraron estar bien lavadas con lejía. De regalo le dieron un par de botines blancos, bastante nuevos, y un peine de nácar resquebrajado. Por un tiempo el capitán se había vuelto asiduo al burdel, así que lo conocían bastante bien, y gracias a su enorme atractivo, era muy difícil que le negaran algo.

***

Con el bulto para Liselot, debajo del brazo, Gerlof regresó al barco. La noche había caído casi por completo. El sol emitía sus últimos destellos en el horizonte. Cuando el capitán entró al camarote, la sombra que había estado agazapada por días en la bodega, se deslizó sigilosa hasta el muelle.
-¿Me extrañaste? -preguntó Gerlof, estirándose junto a Liselot.
-Demasiado. Pensé que no regresarías.
-Te prometí que lo haría. Yo siempre cumplo. Debes tener confianza.
-Los humanos no son confiables.
-Yo sí lo soy. Ahora, ponte estas ropas porque te llevaré a otro lugar.
-¿Dónde?
-Ya verás.
Cuando Gerlof abandonó el camarote, Liselot se quedó pensando mientras peinaba sus cabellos con el peine que venía en el bulto.
Estaba asombrada de que él regresara, sin que tuviera que cantar. ¿Sería porque la amaba de verdad? A ella le gustaba mucho Gerlof, pero ¿qué futuro tenía una sirena con un humano? Ella solo podría "hacer el amor" con él, pero jamás podría darle descendencia. Así como tampoco podría dejar de matar cuando fuera necesario. Y mucho menos alejarse del océano, puesto que necesitaba sus aguas para sobrevivir. Por ahora se dejaría llevar por el entusiasmo de Gerlof. Después ya vería.

***

-¿A dónde vamos? -preguntó ella.
En el puerto, Gerlof había hecho señas a un coche de alquiler. No quería llegar caminando a casa de Antje para no levantar sospechas.
-A casa de Antje.
-¿La mujer que será tu esposa?
-Sí. Por ahora.
-¿Qué significa eso?
-Quiero casarme contigo, Liselot.
-Yo no soy humana, ¿estás consciente de eso?
-No me importa lo que seas, Liselot. Este tiempo contigo he sido más feliz, que en todo el resto de mis años juntos.
Liselot sintió una extraña emoción: algo tibio la recorrió por dentro. Sin embargo, se abstuvo de demostrarlo.
-No puedo estar lejos del océano, tú lo sabes, y mi comida...
-No te preocupes, ellos viven muy cerca del puerto Les diré que debes consumir peces vivos debido a una dieta especial por una rara enfermedad.
-¿Tú qué harás?
-Debo buscar hombres para armar una nueva tripulación. El Sirene debe continuar echando sus redes.
-¿Me llevarás conmigo? Prometo comportarme. No hacer nada que que te perjudique.
-¿Alguna vez lo has hecho?
Liselot se mordió el labio. Casi se pone en evidencia.
-Lo digo por si lo dudas... Cantaré solo para ti.
-No te perdonaría que sedujeras a alguien más con tus canciones -le dijo él muy serio, porque no sabía que sus canciones no se limitaban solo a palabras de amor, sino también de muerte.
-Ya te lo dije. Soy solo tuya... Entonces, ¿me llevarás contigo?
-Lo pensaré, mi amor.

***

Cuando el coche se detuvo frente a la casa de Antje, pareció que estaban mirando de detrás de las cortinas, pues la puerta se abrió inmediatamente. Los Wass no vivían en la opulencia. La fábrica de Ludger Wass era pequeña, pero les daba para vivir cómodamente, y tener una cocinera y una sirvienta.
La primera en salir fue Drika, la madre de Antje. A ella siempre le gustaba la primera en todo, y si se trataba de recibir visitantes, con mayor razón.
-¡Mi querido Gerlof, qué bueno tenerte de regreso! -lo saludó ella, con más entusiasmo que afecto.
-Gracias, señora Waas. Yo también los extrañé.
-Mi hija todos los días miraba el mar con ojos tristes -acotó Ludger, mientras le daba un apretón de manos al que se suponía sería su yerno en un futuro cercano.
Mientras se sucedían los saludos, Antje contemplaba la escena complacida: Gerlof ya no tenía escapatoría. Lo forzaría a pedirla en matrimonio antes de que saliera en su próximo viaje.
-Veo que no has venido solo, muchacho -dijo de pronto Drika, interrumpiendo los apretones de mano.
Liselot se había mantenido a cierta distancia. Esperando que se fijaran en ella, pero a la vez deseando ser ignorada. En cuanto escuchó hablar a esas personas, supo que la idea de Gerlof era pésima. Los Waas no eran gente buena, y no iba a ser bienvenida en ese hogar.
-¡Qué estúpido soy! -Gerlof se golpeó la cabeza con la palma de la mano-. Esta es mi prima Liselot Janssen, y viene llegando de Lelystad. Fue un viaje muy accidentado. El carruaje fue asaltado y perdió todas sus pertenencias.
Antje la observó de arriba abajo con desconfianza. Aunque Gerlof la estaba presentando como prima, ella de inmediato vio una rival en la desconocida Liselot.
-Sé que soy muy atrevido, pero pensé que se podía quedar con ustedes mientras regreso de mi próximo viaje. Después la llevaré a Den Burg para que se establezca allá.
-¡Oh, mi querida niña! -exclamó la mujer, tomando a Liselot de las manos-. No te preocupes, estoy segura de que Antje podrá cederte algunos vestidos.
-De eso nada, señora Waas. Le dejaré dinero para que le compre todo nuevo, y una pequeña recompensa para usted por tomarse tanta molestia. ¡Ah, también querré que me cobre por el hospedaje!
-¡Pero no faltaba más, mi muchacho! No te preocupes, ella estará muy bien. Pero es mejor que entremos. El lechón ya debe estar listo.

***

-Quiero irme contigo -le suplicó susurrante Liselot en un momento que quedaron a solas.
-No puedes andar conmigo de acá para allá mientras recluto los hombres que necesito -respondió él de la misma forma.
-No me gusta esta gente.
-¡Tonterías! Estarás bien.
Liselot pensó que podría cantar, pero había muchas personas, y no estaban en el océano que implicaba una cierta privacidad.
De pronto apareció Drika, acompañada de Liselot para anunciar que la cena estaba servida en la mesa.

***

Cuando tocaron la puerta con insistencia, los moradores de la pequeña casa, ya descansaban. La mujer decidió no abrir, era muy tarde para recibir visitantes inesperados. Las dos pequeñas dormían en una pequeña cama, contigua a la suya, y temía despertarlas si salía de su cama. Sin embargo, puso atención a los ruidos del exterior para asegurarse de que la persona que golpeaba fuera se marchara. Pero en cambio de escuchar pisadas alejándose, las sintió correr alrededor de la casa. Cuando se detuvieron junto a su ventana, se asustó.
-¡Mamá, soy yo! -gritaron desde afuera, repitiendo los golpes las contraventanas.
-¿OLaf?
-¡Abre, mamá!
Neske saltó de la cama y corrió a abrir la puerta.
El joven se echó a los brazos de su madre, sollozando. Ella intentó calmarlo para preguntar qué le sucedía, pero Olaf no lograba controlarse. Entonces la madre lo sentó en una silla, y luego fue por un vaso de agua.
Esperó tranquila a que su hijo sorbiera el agua, y se sonara la nariz un par de veces. Cuando percibió que estaba más o menos tranquilo, comenzó a interrogarlo. Le preocupaba que su hijo se hubiera hecho a la mar, entusiasmado por ser su primer viaje a bordo del barco pesquero más grande de Amsterdam, y ahora regresaba destruido.
-¿Me puedes contar ahora qué sucede?
-Todos están muertos, y ella los mató.
-¿De qué hablas? No entiendo.
-La mujer con cola de pez los mató.
-¿A quiénes? ¿Dónde? Comienza desde el principio, o no podré entender.
Ella se levantó y fue a buscar dos jarras de cerveza. Después de ponerlas sobre la mesa, y acomodarse nuevamente en la silla junto a su hijo, lo miró expectante.
-Habla.
-Sé que parecerá una locura, pero es lo que sucedió... Hace un par de semanas, estábamos sacando las últimas redes de arenques. Después iríamos a Inglaterra a venderlos, para luego continuar a Escandinavia a cazar ballenas.
» Bueno, esa madrugada no había solo arenques en la red.
» Cuando vimos esa gran cola irisada entre los otros peces, pensamos que sería un salmón, y todos comenzaron a especular acerca de la variedad de pez que podría ser. El capitán y otros hombres se apresuraron a descubrir el pez gigante, y todos nos quedamos maravillados cuando vimos que la cola terminaba en el tronco y de ahí para arriba tenía cuerpo de mujer.
-¡Una Sirena! -exclamó Neske en un murmullo-. Continúa.
-Manfred fue el único que dijo que esa cosa sería nuestra maldición. El capitán no le creyó y lo mandó a callar. Él estaba embobado con la criatura, y nosotros también cuando comenzaba a cantar.
» El primero en desaparecer fue Manfred, y luego los otros. Pero vi cuando se los llevó. Ella cantó y los hombres la siguieron hacia el mar.
-¿Y tú?
-Esa noche me dolían los oídos y cubrí mis orejas con una gorra... Yo estaba en un rincón ordenando los cabos cuando los vi pasar. Me quedé escondido detrás de unos barriles y ella no me vio. Se lanzaron al océano detrás de ella. Desde esa noche estuve escondido en la bodega sin quitarme la gorra.
-¿Y el capitán?
-El capitán Janssen está embrujado. Desde que está con esa cosa no se preocupó más de la pesca.
-¿Y ahora?
-No sé, porque bajé del barco en cuanto pude.
Neske se quedó e silencio. Necesitaba pensar. Recordar que hablaba la abuela de esos seres infernales. Ella siempre creyó que solo se trataba de cuentos de viejas. Nunca la convencieron las historias procedentes del Mar Báltico acerca de las apariciones de estos seres, que cantaban para atraer a los marinos de los barcos que se aventuraban a pasar por sus aguas. Si todo lo que Olaf había visto y escuchado era cierto, un gran peligro se estaba cerniendo sobre el puerto.
La abuela decía que cuando un hombre tenía la mala suerte de caer bajo el influjo de una Sirena, si esta no lo asesinaba, lo mantendría dominado hasta que se cansara de él. Las leyendas contaban que estos seres enamoraban a los hombres, pero una relación entre un humano y un ser que no lo era, resultaba ser imposible. Los hombres cautivados gracias a los cantos, jamás lograban ver cómo eran verdaderamente, pues ante ellos se mostraban como hermosas doncellas, con mirada inocente.
-Tenemos que marcharnos lo más pronto posible, Olaf. No podemos permanecer ni un minuto más en esta casa. Nunca más estaremos seguros aquí. Ella va tras los hombres, pero es capaz de matar a cualquiera que se ponga en su camino.
-¡Pero tengo que contarle a capitán todo lo que has dicho, madre! ¡Tenemos que decirle al reverendo!
-El capitán ya está perdido, hijo. Y una sirena no se espanta con agua bendita.
-¡Hay que matarla!
-No lograrás acercarte lo suficiente. Ella te asesinará antes.


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